miércoles, noviembre 13, 2013

"EL GRILLO Y LA LUCIÉRNAGA" -CARLOS ÓRDENES PINCHEIRA (ESCRITOR CHILENO)



CARLOS ORDENES PINCHEIRA

EL GRILLO Y LA LUCIÈRNAGA 

A Joaquín Chávez Ordenes y a todos los niños del mundo...


En aquel tiempo, el Grillo no era un músico famoso como lo es ahora, mejor dicho, solo era amante de la buena música, y su mayor agrado era sentarse a la orilla de las charcas a escuchar el canto de sus amigas las ranas.
Su más dulce amiga, eso sí, era una Luciérnagas que generosamente derramaba sus pétalos de luz en aquellas antiguas noches de eterna oscuridad. El Grillo la invitaba siempre a su cabaña de yuyos y allí charlaban acerca de las canciones modernas que no cesaban de cantar las cigarras y algunos pájaros que se las daban de tenores.
A veces, contagiados por la música, danzaban en los y lustrosos salones de la hierba, llenos de gran regocijo. Se querían como hermanos y al verlos así, bailando, riendo o jugando, nadie hubiera imaginado que llegaría un momento triste para ambos.
Esto ocurrió una noche poblada de espesas sombras. Los astros, desde el cielo, apenas destilaban pequeñas gotas de luz, las que, fatigadas y mustias, se perdían en la inmensa oscuridad. Porque así era en aquel tiempo: las noches eran pesadas y sin luz. Por eso, Natura, desde su trono de nubes, había determinado hermosear las noches.
Pues bien. El Grillo y la Luciérnaga, que poco o nada les importaba aquel problema, estaban bailando muy alegres cuando el concierto de las ranas cesó. ¡Cric!... ¡Cric!... ¡Que pasaba? La luciérnaga sintió que una manos suaves e invisibles la levantaban poco a poco del suelo, ante el asombro de su amigo, al mismo tiempo que resplandecía en forma intensa y maravillosa.
Nuestro amigo trató de retenerla, pero ya estaba lejos fuera de su alcance y ella se elevaba por sobre los arbustos y los árboles cada vez más y más, a medida que su luz aumentaba derramándose como agüita de cristal.
Pasados algunos momentos, la Luciérnaga, o mejor dicho la que todos conocemos como la luna, se detuvo en el lugar más azul del cielo y, desde allí, con una de sus manitas, le envió un beso a su amigo.
La noche era ahora hermosa y plateada.
El Grillo, un poco amargado, pensó que no la vería más una vez que amaneciera. Pero, como muy bien se sabe, estaba equivocado, y la Luna apareció cada noche luciendo sus collares de nieve y espuma.
Para no perder contacto con su gran amiga, el Grillo se vio forzado a transformarse en músico. Con tallos de cicuta se fabricó un lindo instrumento.
Y desde aquel lejano día, el Grillo y la Luciérnaga mantienen una perfumada correspondencia, y hasta se asegura que nuestro amigo llega al cielo cada noche a través de un rayo tibio y hermoso que le alarga la Luna y que danzan hasta el momento mismo en que la Aurora asoma su nariz por entre las montañas.