lunes, mayo 24, 2010

DESDE DINAMARCA UN CUENTO DE IAN WELDEN

Hoy quiero compartir este cuento, que me envío  Ian Welden ,  poeta, narrador, fotógrafo, diseñador, pintor, chileno, desde Dinamarca, país   que lo cobija hace años,  importante  es destacar que  a pesar de su seducción y lazos, no olvida su terruño natal, que suele insertar en algunos de sus personajes,narraciones  ...también dicen que  en las noches de luna lo han visto sobrevolar  silenciosamente la quinta región gimiendo de nostalgia....y de amor.

MILAGRO
MARIA EN EL OLVIDO

"Everybody knows that the boat is leaking

Everybody knows that the captain lied

Everybody got this broken feeling

Like their father or their dog just died..."

Leonard Cohen
                                I

Abro la ventana y me crujen los huesos.

Consuelo me diría que debería alegrarme, que el dolor es una manifestación de vida y que no hay dolor en la muerte. Pero yo le contestaría que hay demasiada muerte en el dolor. Muerte y sopitas y mierda. Me desplazo cual caracol de mi cama al sillón para sentarme ante la ventana y observar a los niños que juegan en el patio y a los bellos jóvenes que robándose besos y caricias desafían impunes el orden de las cosas. Ah, el sexo benefactor y fértil como una mañana ardiente. Allá ellos.

Aunque parezca una alucinación, yo fui joven y bella una vez. Y toqué pieles de todo los colores del arco iris. Pieles suaves como la superficie de la la luna y ásperas como los valles del planeta Marte. La mía era pálida y frágil. Y los hombres se mataban por poder pasar sus lenguas sedientas y babosas por ella. Mi lengua era diestra y hábil y nací con el talento de usarla para causar y causarme placeres inimaginables.

Lautaro Martín Huenchulán O´Brian, con su pelo irlandés violentamente rojo y su piel oscura e indómita de indio mapuche a la intemperie me arrebató en cuerpo y alma de mis ensueños y divagaciones de adolescente y me hinchó el vientre con cinco hijos fuertes y bien enclavados en la tierra y que ahora andan por aquí en el planeta reproduciéndose y multiplicándose como mandó el Señor. Mi amor por Lautaro aún lo tengo sujeto a mi corazón ya tan cansado y adolorido. Lo amé a pesar de sus borracheras, infidelidades compulsivas, delitos y locuras como quién ama a un árbol.

"Buenos días, señora María; anoche tuve que cambiarle los pañales dos veces... ¿se acuerda?"

"No me venga con esas tonteras a estas horas de la mañana, Consuelo. ¿Acaso no se acuerda de que yo fui una estrella de cine admirada e idolatrada?"

"Así será, señora, pero ahora déjeme bañarla y vestirla."

"No quiero que me toque!"

"¡Ya pues! ¡Huele a orina y mierda, señora María!"

"¿Y a quién le importa? ¡A mi no!"

"Tal vez la visiten sus nietos, uno nunca sabe."

"¿Mis nietos? No me haga reír."

"Bueno, en realidad son todos unos ingratos en su familia. Lleva ya cinco años aquí y jamás ha recibido visita. Ni siquiera para las navidades..."

Lautaro murió en un tiroteo en las afueras del cine Windsor. Vaya una a saber en qué lío se habría metido. Fue el día del estreno de mi primera película, la que me llevó al estrellato, la fama y todo eso. Éramos tan jóvenes y bellos, ¡Dios mío! Mis hijitos y yo lo vimos morir entre fotógrafos y hordas de público y curiosos. Yo lo alcancé a besar por última vez y sentí su aliento agridulce en mi cara y vi su alma desconcertada corriendo alrededor de su cuerpo lleno de agujeros cual gallo descabezado. Me visitó varias veces después, cuando me miraba en el espejo o estaba en la tinaja remojando mi magnífica desnudez. Pero desapareció para siempre, creía yo, cuando Esteban Poblete Larraín entró a mi vida por mi puerta principal burlándose de las buenas costumbres y el sexto mandamiento.

Teníamos ambos veinte años de edad. Mi belleza florecía como una rosa silvestre y quitaba el aliento tanto a hombres como a mujeres. Esteban, sigiloso, arrogante y mortal como la serpiente del paraíso, desterró a mis hijos a una academia militar y cuidó de que nada ni nadie estorbara nuestra loca fiesta de los sentidos. Había también otros hombres competentes que entraban y salían por mi casa las noches en que Esteban viajaba por el mundo preparando mis actuaciones y conferencias. Caían a mis pies rogándome, querían, por supuesto, mi juventud y mi belleza para si mismos. Se amenazaban de muerte entre ellos y se aliaban en contra de Esteban como una manada de mamíferos carniceros y hambrientos. Yo reía, gozaba y los despachaba al amanecer.

"¿Qué edad tienes, Consuelo?"

"Dieciocho, señora. ¿Por qué?"

"Eres bonita, ¿sabes?"

"Sí..."

"Tienes a un hombre?"

"Su sopa se está enfriando, señora María, ¿quiere que se la dé con cuchara?"

"¿Tal vez tienes muchos?"

"¿Muchos qué, señora?"

"¡HOMBRES! payasa...."

"Yo recibo mi sueldo para cuidarla y atenderla..."

"¡No seas ridícula, mujer! ¿Sabes que yo fui joven como tú una vez? Pero no tan sólo bonita sino que bellísima."

"No lo dudo."

"¿Me crees si te digo que tenía que espantarlos como a moscas?"

"Si necesita algo más toque el timbre, señora María. Tengo que atender a otros pacientes."

"Puta! Eso es lo que eres... Una maldita puta que se abre de piernas y goza. ¡Dios mío, que miseria!"

No puedo abrir la ventana. La sopa está fría y llueve tristemente como si fuera la última lluvia de todas. En mi espejo se refleja mi rostro monstruoso lleno de volcanes y cicatrices tan profundas que se me ven mis maldades, pecados y traiciones. Mis hijos enloquecidos con metralletas y vistiendo uniformes ridículos y demasiado grandes para su edad. Mis secretos repugnantes... ¿estaré en el purgatorio? El alma de Lautaro ronda por aquí como una avispa porfiada y lacha. Echo tanto de menos mi menstruación y mis dientes.

Esteban llegaba con flores y cheques de países exóticos y con un pene tan rígido que me podía columpiar de él. Y nos filmábamos para luego disfrutar de nuestras hazañas eróticas mientras cenábamos manjares que tan solo nosotros y algunos monarcas del mundo conocían. Una madrugada de domingo las bestias burlaron la guardia, entraron a nuestro dormitorio y lo mataron, simplemente. A mi no me tocaron. No vertí ni un sola lágrima para no estropear mi cara maravillosa. Mi corazón se endureció, sí, como una piedra y para siempre. Hay fotos del entierro en los archivos del mundo. Yo sonrío melancólicamente como la Mona Lisa.

Además, Walter Svendsen, un vikingo danés imponente como el sol me introdujo una mano hirviendo bajo mi vestido negro y esa misma noche lo contraté como guardaespalda, manager y amante. No saqué a mis hijos de la academia militar ya que en esa época y a pesar de su corta edad ya andaban matando gente pobre en países lejanos. Estaba en la cumbre de mi carrera, mi talento y mi belleza y la vida transcurría plácida y fértil como una primavera.

Pero en las noches cuando Walter dormía, los fantasmas de Lautaro y Esteban entraban al dormitorio completamente desnudos y armados con machetes. Se infligían heridas salvajes en un silencio aterrador y sobrenatural. Sólo se escuchaban las poderosas navajas rasgando el aire. Sus rostros pálidos y transparentes, sus ojos hueros y sus bocas azules no tenían expresión alguna. Desaparecían al amanecer nuevamente y en el dormitorio quedaba flotando un penetrante hedor a descomposición que Walter atribuía a la maldita flojera de los aseadores.

"Pero señora María, ¡no se tomó la sopa! ¿Quiere que le traiga una papillita bien sabrosa? Ya va a atardecer y tengo que prepararla para la noche."

"Tráeme un pene bien parado mejor..."

"¡Ya! ¿Empezamos de nuevo? Aquí le tengo sus píldoras."

"¡Ay, que bendición!"

"Estas píldoras la hacen sentirse tranquila, ¿no?"

"Sí, Consuelita. Es el único placer que me queda en la vida."

"¡Por Dios! Ya se cagó de nuevo! Qué olor, señora... ¿Por qué no me ha llamado antes?"

"Es el olor de Lautaro y Esteban y Walter, Consuelo. Sopa, mierda y dolor pues. Sopa, mierda y muerte..."

Le tengo terror a la muerte porque es una criatura sin respeto. Se entromete en los pocos días que me van quedando y me amenaza con la inconsciencia eterna. Se ríe de mis pobres pechos que cuelgan como pantrucas hasta mi ombligo. Se burla de mis otrora sorprendentes nalgas, hoy transformadas en algo parecido a bizcochos averiados. Lloro, a veces, cuando Consuelo me baña y alcanzo a ver la mazamorra que es mi cuerpo en el espejo grande del baño. Como materia desmoronada, Esto es un pecado cometido por Dios. O la venganza del mismo diablo. Una venganza cruel e ingeniosa. ¿Qué hora será? ¿Es día o noche? ¿Por qué no viene Walter a visitarme? O Angélica. ¿Dónde estoy?

No entiendo, me había olvidado de Angélica Morales, la directora y camarógrafa chilena que me abrió las puertas al mismo paraíso y desplazó a Walter de una sola mirada. Walter se suicidó como era de esperar y se unió a la confraternidad fantasmal de Lautaro y Esteban. Era la época de la liberación pero también de la más. desalmada represión. Gobiernos militares subían a los tronos llevándose en sus bolsillos la eterna sangre de los desposeídos del mundo. No es que a mi me importara. A mi sólo me importaban mi juventud y las caricias e imaginación tan fértil de Angélica. Ella asumió el poder cumpliendo sus sensuales promesas electorales mas allá de todas mis expectativas. Besar a una mujer es un milagro. Quien no haya besado a una mujer no sabe lo que es tocar el cielo. Pero besar a Angélica era como besar al ángel de la guarda.

Debería confesarme, me diría Consuelo. Si tan sólo supiera... Un hombre es un mal substituto, le diría yo. Angélica también transformó mi fama febril en mitología con su maestría profesional. Ya no era una estrella de cine adorada sino una diosa. Las multitudes se arrodillaban ante mi y lloraban con fervor. Nos reíamos y nos amábamos cual colegialas, adolescentes, no pudiendo estar separadas más de algunos minutos. Mis hijos la odiaban obviamente y por ella los expulsé de mi vida para siempre sin siquiera sospechar que yo ya estaba organizando el alud de soledad que hoy tan tan entusiasmadamente me sepulta.

Tampoco sospechaba que Angélica y yo íbamos a vivir juntas precisamente veinte años y que ella me traicionaría exactamente cuando más la necesitaba. Mi juventud se desvanecía aceleradamente como un espejismo y mi talento vacilaba ante las cámaras. Mi público comenzó a darme las espaldas y las salas de cine estaban semivacías. Y ella, aún desplegándose como un pétalo de amapola, me abandonó por una estrellita debutante lanzándola al firmamento, a nuestra cama, y a mi al tarro de la bausra. La vieja historia de siempre con la diferencia de que yo, trastornada de frialdad, las masacré a balazos una afortunada y calurosa nochebuena con el viejo revólver oxidado pero aún eficaz de Lautaro Huenchulán. Y la cárcel, bueno, había muchas angélicas. Años y años interminables de angélicas a mi entera disposición. También insaciables lautaros, estébanes y walters ad libitum. ¡Consuelo!

"¿Llamó, señora María?"

"Quiero morirme ahora, por favor."

"Creo que es mejor que se tome sus píldoras..."

"Y no quiero a un sacerdote vestido de negro ni a mis hijos ni a mis nietos. ¿Tengo nietos, Consuelo?"

"Si señora. Tiene muchos nietos y nietas según sus papeles."

"¿Y mis hijos dónde están?

"Sus cinco hijos murieron por la democracia, señora."

"¿Democracia? ¿Quién es ella? ¿Es tan linda como fui yo?"

"Señora María, tómese sus píldoras y duerma un poco, le va a hacer bien."

"Así que Democracia los pillos. El mundo siempre gira en torno a una mujer bella con nombre de artista..."

Que extraño, me volvió mi menstruación esta mañana mientras intentaba abrir la ventana. Primero sentí la conocida gotera entre mis piernas y luego el chorrito caliente y reconfortante. Y me salió un nuevo diente, un incisivo brillante y pulido como una perla. Esto no es como debe ser. No debería estar ocurriendo. Añoro las manos tibias de mi madre y la voz serena y firme de mi padre. Consuelo ha entrado a mi cuarto vestida de novia. Viene del brazo de Lautaro Martín Huenchulán O´Brian quien luce su traje negro y su corbata roja de siempre. Lo escoltan Esteban Poblete Larraín y el vikingo, Walter Svendsen. Ambos llevan ametralladoras colgadas de los hombros. Angélica Morales viene entrando solemnemente con una vela encendida. Yo no puedo hablar ni moverme. Cinco soldaditos famélicos toman posición de combate alrededor de mi cama. Uno de ellos abre la ventana y me sonríe con ternura. Entra una brisa muy fresca, mis huesos crujen y logro cerrar los ojos.
 "Allá ellos" alcanzo a pensar.

Agosto 2009

Ian Welden, Dinamarca, Chile © 2009

ian.welden@mail.dk

Dibujo de Maritza Álvarez

http://verbal-maritza.blogspot.com

Otros cuentos del autor en Proyecto Sherezade:


 Milagro: Mi querida Calle Larga de Valby

Milagro: Tu mano en la ventana del tren

Milagro: Los hombres también lloramos
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